lunes, 5 de diciembre de 2011

Una navidad intrusa


Nada más cruzar el umbral de la puerta y entrar en el recibidor ya percibieron que el ambiente en la casa estaba enrarecido. Se notaba una presencia que no comprendían a discernir y que contribuía a que no se pudiera respirar el aire acostumbrado. Desconocían el motivo pero el espacio ya no les pareció el mismo. Con esa inquietud se acostaron, tardando una eternidad en poder conciliar el sueño.
A la mañana siguiente el misterio quedó despejado: el eje comercial del barrio, con el beneplácito del ayuntamiento, y sin previo aviso, decidió iluminar sus vidas haciendo que el espíritu navideño entrara en su hogar por una de las ventanas de su habitación agarrándose fuerte a la barandilla. No importaba si quedaba violada su intimidad, ni el uso indebido de su propiedad privada, ni la adjudicación de una responsabilidad no deseada. Con razón olía a podrido la pasada noche.
Pues ahí los tienen de nuevo, dirigiéndose indignados y con un poso de tristeza hacia la madeja de burocracia y pérdida de tiempo que supone enredarse en los entresijos de la administración. Como buenos defensores de las causas perdidas, Blackbird y el Dr. Robert eran conscientes de lo que les esperaba: excusas, evasivas, incredulidad del funcionario de turno ante el hecho de que un ciudadano defienda sus derechos.
Después de muchos dimes y diretes, tiras y aflojas infructuosos, Blackbird y el Dr. Robert constataron que un posible y repentino ataque de locura resultaba mucho más eficaz para que la gente se dignase a cooperar en un problema de facilísima solución: que quitasen el jodido cable de una vez de su ventana.
A ellos, la Navidad ni fu ni fa. Para ser sinceros siempre mostraron su simpatía hacia aquel entrañable personaje dickensiano que detestaba las navidades. No comprendían como, en estas fechas, "adultos" en toda regla sucumbían y se dejaban dominar ante las directrices y modas de un gran centro comercial, participando así activamente en la manipulación de los sentimientos e ilusiones de unos niños inocentes.
¿Bondad? ¿Armonía? ¿Espíritu navideño? ¡Paparruchas!, que decía Ebenezer Scrooge.

¡Ah!, al final no hizo falta perder los estribos, ese mismo día el cable desapareció y Blackbird y el Dr. Robert pudieron volver a disfrutar de su ambiente y luz natural.

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