jueves, 5 de septiembre de 2013

De uniformes e identidades


De un tiempo a esta parte vengo asistiendo perplejo a un suceso insólito y que se podría catalogar de alucinante. Mi uniforme de trabajo posee poderes paranormales, extrasensoriales o de índole parecida que ríete tú de los trapos de Superman. Porque una vez que me instalo dentro de él me vuelvo invisible. A los hechos me remito: día tras día mi humilde uniforme se cruza con otros uniformes, algunos lucen un blanco impoluto y se mueven de una forma altanera pavoneándose de sus estudios superiores y marcando distancias que impiden el acercamiento. Ese color blanco te recuerda que hasta los uniformes son elitistas: no es lo mismo lucir una bata blanca de la que cuelga un fonendoscopio que un mono naranja pegado a una escoba. Está claro que la globalización y el mestizaje no ha llegado al cerrado mundo de los uniformes. Sigue habiendo clases. Lo asumo. Pero la educación, ay amigo. La educación no entiende de uniformes. Se tiene o no se tiene.