miércoles, 27 de octubre de 2010

Románticos, muy a su pesar


Nunca saldrán reflejados en listas. Nadie se acuerda de ellos, son los grandes olvidados.
Pero si tienes la inmensa fortuna de sumergirte en las aguas densas y oscuras de "Born Sandy Devotional" (1986) no podrás comprender el desagravio hacia uno de los mejores grupos de los años ochenta. Un disco que ahonda en la verdadera naturaleza del amor no correspondido. Un auténtico drama romántico. A Beethoven le hubiese encantado.
The Triffids, liderados por el enigmático David Mc.Comb, nunca tuvieron suerte. Siempre a la cola de la memoria colectiva, que engrandecía a sus compatriotas Nick Cave y The Go-Betweens, pero a la cabeza en los miles de corazones rotos y solitarios. Y en el mío.

http://www.youtube.com/watch?v=FSMF3h7LE2Q

jueves, 21 de octubre de 2010

Yo también soy berlinés


Ostalgie es un concepto que describe la creciente melancolía que se está apoderando de muchos ciudadanos de la extinta República Democrática Alemana. 20 años después de la proclamación de la reunificación alemana, los ossies -alemanes que nacieron en el este- opinan que se vivía mejor antes de la discutible reunificación, cuando les obligaron a mezclarse con sus vecinos occidentales, los wessies.
Una encuesta reciente demuestra que únicamente una minoría de los que fueran habitantes de la RDA se sienten ciudadanos plenos de la nueva Alemania. Las causas son económicas pero también sociales. La parte oriental sigue siendo la pobre, con el doble de paro y la mitad del PIB que su vecina rica. Eso explica el éxodo masivo de los ossies hacia el oeste buscando mejores oportunidades laborales. Una vez allí surgen los problemas de convivencia. Los ciudadanos que vienen del este son tratados como inmigrantes dentro de su propio país. Incluso hay quien habla de xenofobia. Ya se sabe, el pobre siempre molesta.
"Ich bin ein Berliner" (Yo también soy berlinés) dijo en 1963 Kennedy. Quizás si lo hubiese dicho uno de Munich tendría más valor.
La caída del muro de Berlín parece que fue una cosa buena. Daba grima ver ese símbolo arcaico de la guerra fría en una ciudad tan bonita. Pero la reunificación parece ser que ha sido y está siendo otra cuestión. El muro sigue instalado en muchas mentes.

viernes, 15 de octubre de 2010

El gran carnaval


Cuando los 33 mineros recién rescatados de las entrañas de la tierra sean conscientes de la repercusión mediática que ha supuesto su sufrimiento, fliparán. Algunos aprovecharán el tirón y se harán estrellas televisivas, exponiéndose, claro está, a las directrices de este monstruo contemporáneo en que se ha convertido la televisión, hambrienta de personajes indefensos pero potenciales subidores de audiencia. Otros, los más sensatos, echarán pestes de su no deseada reciente fama y quizás acaben deseando volver a las profundidades. No les dejarán.
Cuando sucedió el accidente que ha tenido a estos hombres más de dos meses bajo tierra inmediatamente me vino a la cabeza El Gran Carnaval, película de los años 50 dirigida por Dios, es decir Billy Wilder, en la que retrata, con su mezcla de humor y tragedia, los peligros de una prensa sin escrúpulos cuando un minero indio queda atrapado en el subsuelo y un periodista hambriento de fama ve en el suceso la oportunidad de escalar en su profesión.
Mi enhorabuena y mi pésame a estos mineros. Bienvenidos a un nuevo mundo.

"El gran carnaval era una película muy buena; el argumento tenía fuerza y estaba bien trabajado. Pero la gente no quería saber; la gente no quiere que le cuenten que si hay un accidente en la calle y hay un herido grave, antes de ir a avisar a un médico, se quedan contemplando con curiosidad morbosa la tragedia. Eso es lo que había en la película: el circo, la música, la gente emborrachándose y pasándoselo bien... Diría que no es un tema fácil de digerir, la gente se sentía un poco culpable".  Billy Wilder


sábado, 9 de octubre de 2010

Pequeños inconvenientes de la vida humana II


Me empezó volviendo del colegio. La primera punzada me cortó la respiración. Tuve la sensación de que los ojos se me salían de las órbitas. Sentía una presión enorme en las sienes y en la nuca y la vista se nublaba.
Cuando llegué a casa me encerré a oscuras en mi habitación y me aislé del mundo en una escena que, por desgracia, se iba a convertir en rutina.
Al cabo de dos horas el intenso dolor remitió, pero no por mucho tiempo. Tenía nueve años y creía que nada volvería a ser lo mismo. Con el tiempo comprendí lo que me estaba pasando. Iba a tener que adaptarme a convivir con el dolor.
Cuando llegó la siguiente oleada de dolor no la sentí como tal, sino como miedo a lo que vendría después. Horas oscuras en solitario, drogado con pastillas y suplicando porque no hubiesen obras en la calle.
Debe resultar muy duro para una madre escuchar de su hijo que prefiere morir antes que sufrir ese calvario. Pero ella nada podía hacer. Sólo preparar infusiones.
Cuando sufría los ataques sentía que mi vida se ralentizaba. Mis movimientos se volvían más pausados. Apenas podía agacharme para atar los cordones. También comprobé que mis oídos se agudizaban. Oía los pasos de las palomas sobre la repisa de la ventana, las voces de los niños jugando no parecían de niños. Lo oía todo. Y todo me molestaba.
Durante los casi tres meses que duraron los dolores visité varios hospitales e incluso un psiquiátrico. Los médicos me diagnosticaron que sufría migraña oftalmopléjica, una de las más agresivas, y que poco se podía hacer. Seguir con las pastillas, las infusiones y el silencio. Evitar el chocolate, los frutos secos y el embutido. Y esperar a que me convertiera en adulto porque existían muchas posibilidades de que los dolores fuesen más leves.
Por fortuna eso fue lo que ocurrió.

domingo, 3 de octubre de 2010

El esfuerzo de Fidípedes



"Entonces, cuando Persia fue polvo, todos gritaron: "¡A la Acrópolis!
¡Corre, Filípides, una carrera más! ¡Tendrás tu recompensa!
Atenas se ha salvado gracias a Pan. ¡Ve y grítalo!" Arrojó él su escudo,
corrió otra vez como una saeta; y toda la extensión entre el campo de hinojo
y Atenas de nuevo fue rastrojos, un campo que recorría una saeta,
hasta que él anunció: "¡Regocijaos, hemos vencido!" Como vino que se filtra en arcilla,
la felicidad que fluía por su sangre le hizo estallar el corazón: ¡el éxtasis!"
Al soldado Fidípedes, o Filípedes, le ordenaron que corriese para comunicar que habían ganado. Lo hizo y después de recorrer unos 40 Km, la distancia que separa Marathon de Atenas, llegó, gritó victoria (niké en griego, ¿el primer acto publicitario?), y murió. Y así se convirtió en héroe. El resto es historia. Después de 2500 años se continúa celebrando una carrera para conmemorar la gesta de aquel hombre. Pero correr, ¿para qué? ¿Para demostrar qué y a quién?.
Y después de 2500 años seguimos corriendo, unos pocos por placer y otros muchos porque alguien se lo ordena. Ahora ya no hablo de deporte, aunque es una excusa muy buena porque implica espíritu de sacrificio y superación. Tendríamos que ser conscientes de nuestra libertad en cada uno de nuestros actos. Ser libres para poder decidir: ahora me paro, me siento y me lo miro tranquilo. Si el dolor es inevitable, el sufrimiento debería ser opcional. La vida no se habría de tomar como una carrera.

El de la foto es Emil Zátopek, atleta checoslovaco apodado la locomotora humana que en Helsinki 1952 fue campeón olímpico de 5000 m., 10000 m. y maratón. ¡Qué tío!