viernes, 21 de octubre de 2011

La llave de la dignidad


Perdió la dignidad entregando una simple llave. Él solo quería sentir calor, ternura, que había vida en su interior. Se sentía un náufrago entre ocho millones de personas y su soledad quedó retratada en una raqueta de tenis.
Detestaba en lo que se acabó convirtiendo: un hombre gris y ninguneado por sus superiores. Aceptó humillaciones que ahora forman parte de su identidad. Una y otra vez se dejaba pisotear creyendo así que su imparable deshumanización contribuiría a una promoción personal y le serviría para triunfar en una sociedad moderna y competitiva.
¿Se puede enfermar de humillación? Desde luego. El Apartamento (Billy Wilder 1960) nos muestra cómo una sociedad enferma engendra individuos tóxicos y manipuladores, que contaminan todo lo que les rodea, e individuos planos y sin personalidad que se dejan intoxicar porque no conocen otra alternativa, y aunque la conocieran nunca lucharían por ella.
Se nos llena la boca hablando de libertad pero en realidad no existe. Es un concepto ideado por la clase oprimida y que actúa como una droga para poder soportar mejor su humillación.
El Apartamento merece su gloria porque lleva más de cincuenta años diciéndonos, de frente, cuál es nuestro problema.

domingo, 16 de octubre de 2011

Los hombres de hojalata


Vinieron de otro planeta, qué digo, de otra galaxia; no creo que en Marte ni en Saturno, a pesar de sus hipnotizantes anillos, existan criaturas de esta categoría tan singular en cuanto a idiosincrasía, pero tan plural ya en número.
Y se han instalado en nuestras vidas con la inhumana misión de hacernos creer que la celebración de una boda es lo último en diversión y que no deberíamos dejar escapar la oportunidad de experimentar ese acto tan lleno de altruismo porque sino nos arrepentiremos por los siglos de los siglos.
Es inútil tomar precauciones: siempre se recibe la cursi tarjeta que dicta tu condena. Son astutos y sigilosos, resulta complicado verlos venir (su despampanante y cegador traje gris sólo lo lucen el día fatídico). Auténticos maestros en el arte del engaño porque nunca conocerás sus trucos y artimañas, acabarás plenamente convencido para contribuir a la causa.
Y después de dos meses de tremendas convulsiones para el sistema nervioso y los bolsillos, parece que llega la paz. Pero no hay que confiarse, la tregua es efímera. Volverán con la mejor de sus sonrisas para alegrarnos nuestra triste existencia.

viernes, 7 de octubre de 2011

Londres no se acaba nunca (I)


El balón cayó en la City en el último cuarto del siglo XIX y proporcionó, además de ilusión, banderas e identidad a numerosos barrios decadentes. También forjó enemistades eternas: como la del Arsenal, los rojos gooners, y la del Tottenham, los blancos spurs, en la populosa ladera que desciende desde Hampstead hacia el Támesis.
El Arsenal nació en unos talleres donde se fabricaban piezas de fundición para el ejército, en 1886. Adoptó el color rojo porque el Nottingham Forest les prestó las camisetas; más tarde, en los años treinta del siglo XX, se decidió cambiar el rojo por el blanco, pero sólo en las mangas.
El otro gran equipo del norte de Londres, el Tottenham, nació en 1882 como resultado de la fusión entre un club de críquet local y el equipo de fútbol de la escuela del barrio, cuyos alumnos eran mayoritariamente judíos. Por esta razón es inadmisible ser judío y gooner. Los Spurs tienen un bonito estadio con un bonito nombre (White Hart Lane, Callejuela del Ciervo Blanco).
La rivalidad entre los dos equipos se convirtió en odio en 1919. Ese año se amañaron diversos partidos pero la federación inglesa incomprensiblemente no hizo nada. Bueno sí, celebró una reunión y decidió que el Arsenal, con más poder en los despachos, ascendiera a Primera y el Tottenham descendiera a Segunda.
Esa vergüenza fue el comienzo de un años prodigiosos para los gooners. En 1925 ficharon como entrenador a Herbert Chapman, el inventor de la defensa en línea y de interminables quebraderos de cabeza para los árbitros.
El fútbol llegó a ser moderno gracias a una trampa.

sábado, 1 de octubre de 2011

Shakespeare en las esquinas


No es fácil saberse especial, ser diferente en un mundo en el que no encajas. Condenado a interpretar hasta el final el mito de Sísifo, a empujar la roca una y otra vez, Omar será engullido por las esquinas.
En Baltimore, la muerte tiene el rostro de niño inocente y eso puede hacer que te confíes.
Política y medios de comunicación juntos de la mano transitando por un camino plagado de mentiras y traiciones. Policías y profesores desbordados que se ven obligados a saltarse las normas para combatir la droga en una ciudad a la deriva, que es como barrer hojas en un día ventoso.
Niños sentenciados a un futuro que no va más allá de la próxima esquina.
La máxima de un buen periodista debería ser: " Si tu madre te dice que te quiere, compruébalo."  En cambio, en la actualidad parece ser que un periodista es aquel que escribe con el firme propósito de informarse después, y a veces ni eso.
Porque es más fácil engañar a una multitud que a un hombre solo, y a ello juegan los políticos bajo el disfraz de una supuesta democracia.
Todo esto queda reflejado en The Wire, que no es una tragedia sobre Baltimore. Es la historia de Baltimore que es trágica, la ciudad como principal personaje.
Otra vez el genio inglés.