viernes, 7 de octubre de 2011

Londres no se acaba nunca (I)


El balón cayó en la City en el último cuarto del siglo XIX y proporcionó, además de ilusión, banderas e identidad a numerosos barrios decadentes. También forjó enemistades eternas: como la del Arsenal, los rojos gooners, y la del Tottenham, los blancos spurs, en la populosa ladera que desciende desde Hampstead hacia el Támesis.
El Arsenal nació en unos talleres donde se fabricaban piezas de fundición para el ejército, en 1886. Adoptó el color rojo porque el Nottingham Forest les prestó las camisetas; más tarde, en los años treinta del siglo XX, se decidió cambiar el rojo por el blanco, pero sólo en las mangas.
El otro gran equipo del norte de Londres, el Tottenham, nació en 1882 como resultado de la fusión entre un club de críquet local y el equipo de fútbol de la escuela del barrio, cuyos alumnos eran mayoritariamente judíos. Por esta razón es inadmisible ser judío y gooner. Los Spurs tienen un bonito estadio con un bonito nombre (White Hart Lane, Callejuela del Ciervo Blanco).
La rivalidad entre los dos equipos se convirtió en odio en 1919. Ese año se amañaron diversos partidos pero la federación inglesa incomprensiblemente no hizo nada. Bueno sí, celebró una reunión y decidió que el Arsenal, con más poder en los despachos, ascendiera a Primera y el Tottenham descendiera a Segunda.
Esa vergüenza fue el comienzo de un años prodigiosos para los gooners. En 1925 ficharon como entrenador a Herbert Chapman, el inventor de la defensa en línea y de interminables quebraderos de cabeza para los árbitros.
El fútbol llegó a ser moderno gracias a una trampa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario