sábado, 24 de septiembre de 2011

En el cuarto oscuro


"Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, cuando estaba derecha, con su metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos fue siempre Lolita.
¿Tuvo Lolita una precursora? Naturalmente que sí. En realidad, Lolita no hubiera podido existir para mí si un verano no hubiese amado a otra niña iniciática. En un principado junto al mar. ¿Cuándo? Aquel verano faltaban para que naciera Lolita casi tantos años como los que tenía yo entonces.
Pueden confiar en que la prosa de los asesinos sea siempre elegante.
Señoras y señores del jurado, la prueba número uno es lo que los serafines, los mal informados e ingenuos serafines de majestuosas alas, envidiaron. Contemplen esta maraña de espinas."

lunes, 19 de septiembre de 2011

Patadas adolescentes

"Las guitarras le hacen a uno más guapo. Eso es lo único que nos importa. Le sientan bien a uno y suenan bien. No hace falta que te pares a aprender a tocar la puta cosa. Eso sería como echar a perder tres o cuatro años de tu vida. Deberías hacer bolos desde el primer día que consiguieras una guitarra". The Undertones.


A finales de los setenta no había mucho que hacer en Irlanda del Norte, si eras joven. Frustrados y sin expectativas, donde el único horizonte de futuro era un lugar preferente en la interminable cola del paro, el punk fue una de las pocas salidas posibles para muchos de estos adolescentes. Otra fue convertirse en delincuente.
Cinco chavales de Derry sin conocimientos musicales pero con ganas de fiesta pusieron color y mucho amor a una tierra fría y gris. Canciones de tres minutos que una vez escuchadas alcanzan la eternidad.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Tribulaciones del hombre adoquinado


Me sorprendió descubrir que cada vez recurría con más frecuencia a su voz escrita para decir las cosas que importan, como aquellas que hacen daño de verdad. Renunciaba así a su, según él, ya agotado discurso hablado, tan repleto de dudas.
Si bien el callejón no le proporcionaba un anonimato total, no es menos cierto que le permitía fantasear con ser el otro y escaparse de lo mundano en una huída hacia el silencio. Allí era alguien, aunque no necesariamente mejor. Allí era él: el hombre adoquinado.
La vida real, la de ahí afuera, ya no le ofrecía las suficientes garantías para conservar su muy codiciada inmunidad ante los avatares cotidianos.
Estirado en un suelo roto alcanzaba la perfección: se volvía invisible, a la vez que conseguía mantener a raya a la timidez que en ocasiones le paralizaba. Porque para un tímido empedernido, y él lo era en grado sumo, la visibilidad es la mayor condena. Somos como los demás nos ven y contra eso hemos de luchar. Por supuesto, es una batalla perdida de antemano.
En una ocasión me contó que tenía la extraña cualidad de caer bien a gente que no soportaba, lo cual se debía a su cara de buena persona que le dotaba de una aparente tranquilidad que irradiaba allí donde iba.
No se manejaba bien en la confrontación directa, no le iban los malos rollos y las situaciones tensas.
El hombre que yo conocí no poseía don de gentes y le suponía un tremendo esfuerzo mostrar su verdadera identidad, la que sí era capaz de reflejar tumbado en ese extraño callejón.

lunes, 5 de septiembre de 2011

El Ser y la Nada


Gerry como metáfora del impredecible comportamiento humano. Gerry y los miedos e inseguridades que todos tenemos. Gerry como paisaje inhóspito que todo lo devora. Gerry y la búsqueda de la identidad. Gerry y la voluntad del individuo por encima de las convenciones. Gerry y la capacidad para rebelarse. Gerry como una especie de suicidio social. Gerry como nombre que todo lo cubre. Gerry cuando todo ocurre cuando no ocurre nada.