viernes, 31 de diciembre de 2010

El payaso triste


He oído contar que hay gentes capaces de vivir durante años sin haber rebasado la última página de sus libros favoritos: es así como quieren retener el milagro. Yo nunca pude. Una y otra vez conocí el desamparo, la angustia de notar cuánto se adelgazaba el lado de las hojas pendientes, y cuánto engrosaba el lado de lo perdido. Pero siempre continué leyendo.
Lo mismo me ha sucedido con Los Soprano, paradigma de la serie total y la más lúcida y shakespeariana descripción, televisiva o no, de la mafia italiana que he conocido nunca. A medida que engullía episodios experimentaba una extraña sensación de abandono existencial al comprobar que el final de la serie se acercaba inexorablemente. Me preguntaba que sería de mí sin Tony Soprano.
Y el payaso triste se fue. Cuando tu mundo se hunde tanto que lo único que te da seguridad son un montón de patos que nadan en tu piscina, quizás necesites visitar la consulta del psiquiatra y dejar de preguntarte qué ha sido de Gary Cooper. La gestión de residuos es una tarea ardua e ingrata pero al final del día siempre podrás deleitarnos con el sonido del quejido que se te escapa al sentarte en el sofá cuando disfrutas del penúltimo bol repleto de helado apoyado en tu entrañable barriga.
Tu madre te dijo que serías el elegido. Tu padre no te enseñó a distinguir entre el bien y el mal.
La vida que has llevado, la que has elegido y ya no puedes abandonar, te ha convertido en un inexperto en el rechazo, en no conseguir aquello que anhelas. Te has rodeado de una pandilla curiosa de aduladores que te ríen todas las gracias. Eres el jefe de la manada, el auténtico y peligroso macho alfa. Pero en el desierto de tu soledad eres capaz de emocionarte con la mirada de un caballo.
Responsable de que, en numerosas ocasiones, haya envidiado un modo de vida nada envidiable y de que me haya cuestionado la validez de un sistema sustentado por ciudadanos engañados bajo el prisma de una falsa democracia. Te has hecho merecedor del título de indispensable en mi memoria, televisiva o no, y de que te eche de menos. Se me va a hacer muy complicado pensar en ti como personaje de ficción. Seguro que James Gandolfini sabe a lo que me refiero.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Un soplo en el corazón


Durante un tiempo el reproductor no me permitió ir más allá de Portugal, privándome así del (enésimo) viaje infinito hacia el fondo de ese mundo del que nos han hablado tanto pero del que conocemos tan poco, el mundo de las relaciones.
Para poner remedio a este desajuste emocional hice caso a la llamada de mi corazón y por primera vez compré un disco dos veces.
Un soplo en el corazón (1994), título que homenajea a una peli de Louis Malle, y álbum de debut y de despedida de Family y refugio de adictos al pop de buen gusto con poso melancólico. Es muy difícil que un disco así pase sin más por una vida.
He leído que musicalmente no es una obra maestra. No hay que olvidar que está compuesto por dos tímidos empedernidos que apenas sabían tocar y cantar. Pero sí es un disco vital para muchas personas, para mí. El más grande de los pequeños discos que guardan mi habitación y que con el paso de los años se ha convertido en un artículo de primera necesidad, en un amigo inseparable con el que mi corazón, por fin, ya puede completar el viaje.

lunes, 20 de diciembre de 2010

El lenguaje del hierro


O la elocuencia del loco.
Y si te digo que locura es trabajar cincuenta horas a la semana durante cuarenta años en una oficina para que al final te pateen; terminando en alguna casa de jubilados esperando morir antes de sufrir la humillación de tratar de llegar al inodoro a tiempo... ¿No considerarías eso locura?
Aunque un cerebro no se entere, la mentira siempre está ahí. La mentira sobrevive más en el cerebro que la verdad, pues nunca sabemos cuándo tenemos que recuperarla para reafirmarla.
Nadie puede determinar en límites absolutos la locura o no locura, pues vivimos ahogados de ilusiones a todas horas. La convención de los objetos no deja de ser un patrón que nos han impuesto.
En el lenguaje del hierro al cenicero le llaman marco, al lápiz puzlo y a la puerta algarrobo. Son mensajes de radio mental que los psiquiatras no pueden descifrar.
Como una inquietud, como una cierta verdad.

"No puede lograrse una mente sana en una sociedad enferma", Dr. Emilio Mira y López.

martes, 14 de diciembre de 2010

Pensando el flamenco


Al artista inquieto le gustaba la idea del poeta inglés Percy B. Shelley según la cual no existe más que un único poema, infinito, del que todos los poemas forman parte y son fragmento. Por consecuencia, pensaba el cantaor intelectual, no tenía ningún sentido aislar el flamenco como si no tuviese ninguna relación con nada ajeno a él. Y a eso dedicó su vida, y su arte. Esquivo a los catecismos y rehuyendo dogmatismos, él siempre fue a la suya, a contracorriente. El cantaor más indie afirmaba: "En el flamenco no hay maestros, somos todos discípulos."
En este país, a veces tan gris y conservador, no andamos sobrados de genios, de personas que se sienten cómodas caminando por la cuerda floja y de saltar al vacío sin red y de sublevarse contra los límites. Morente era una de ellas.
Más que la voz, la mente del flamenco es la que nos ha dejado.

martes, 7 de diciembre de 2010

La soledad del corredor de fondo


"Nada más llegar al reformatorio me hicieron corredor de fondo de campo a través. Correr siempre ha sido muy importante en nuestra família. Sobretodo para escapar de la policía. Es difícil de entender. Todo lo que sé es que hay que correr. Correr sin saber por qué a través de bosques y campos, y correr sin una meta aunque la gente te esté vitoreando. Esa es la soledad que siente el corredor de fondo.
Pero es estupendo ser corredor de fondo, encontrarse solo en el mundo sin un alma que te ponga de mala leche o te diga lo que tienes que hacer o que hay una tienda que descerrajar en la calle de al lado. A veces pienso que nunca he sido tan libre como durante este par de horas en que troto por el sendero de más allá de la puerta y doblo por el roble aquel de tronco pelado y enorme barriga del final del camino. Todo está muerto, pero bien, pues ha muerto antes de haber vivido; no ha muerto después de haber vivido.
Mientras corro y veo el humo de mi aliento levantándose en el aire como si tuviera diez puros clavados en distintas partes del cuerpo, cada vez pienso más en el sermón que me soltó el director cuando llegué por primera vez. Honradez. Sé honrado. Sé honrado y confórmate con una porquería de empleo de seis libras a la semana. La gente como el director no entenderá jamás que yo soy honrado, que nunca he sido más que honrado, y que siempre seré honrado. Parece raro, pero es verdad, pues yo sé lo que para mí significa ser honrado y él sólo sabe lo que significa para él. Creo que mi honradez es la única que hay en el mundo, y él cree que la única que hay en el mundo es la suya. Por eso se han inventado esta casa tan grande y tan asquerosa rodeada de muros y vallas en medio de ninguna parte, para meter a los chavales como yo".