miércoles, 21 de diciembre de 2011

Tardes en Aquitania


Con impaciencia aguardaba a que fuera miércoles. Ávido como estaba de conocer a los clásicos, cada semana me dejaba embriagar, dispuesto a que me impartieran lecciones en sesión doble. ¡Y al módico precio de 300 pesetas! Iba a ir a la esencia, apartado de modas que dictan lo que hay que pensar.
Adquirí nuevos conocimientos y nuevas sensaciones.
Fascinado, supe que la sensualidad era quitarse un guante; asombrado, averigüé la terrible historia que se escondía detrás de "Rosebud"; cogidos de la mano, acompañé a Norma Desmond en su largo y sinuoso camino hacia el olvido; fui consciente de los graves peligros para la salud que conlleva una partida de ajedrez contra la Dama Negra, la que nunca pierde; temeroso, descendí al corazón de las tinieblas y el coronel Kurtz me enseñó las miserias de la condición humana; y como buen marxista, soñé con la posibilidad de la existencia de un país de gansos, loco y divertido, pero a la vez justo.
Con la llegada arrogante del euro, deserté. Y la Filmoteca pasó de ser una necesidad a convertirse en un recuerdo. Ahora ha cambiado de ambientes, la han acicalado con un vestido más bonito y moderno.
Yo me quedo con sus viejos harapos y con mis recuerdos.

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