miércoles, 1 de febrero de 2012

El corte de UCLA


Trato de recomponer mi historia, de dónde vine y en lo que me convertí.
Era el capitán del Pequod, auténtica osadía y pura pasión. Era la mujer con el largo vestido blanco, era la novia, a la que todos miran. Era bebedor de vino de color rojo sangre. Era la sustancia de la que está hecho un poema.
Era la chispa, hoy soy el fósforo que se consume. Era una ingenua ignorancia, ahora escojo no saber como herramienta de supervivencia. De niño tuve forma de pupitre desordenado, de adulto soy el maestro que penaliza la rebeldía.
El miedo hizo de mí recluta ejemplar, el miedo ha hecho de mí un sí a todo, un docto en la obediencia. Era el sexo sin freno, un sábado por la noche. Cabecear delante del televisor, tras una jornada laboral sin fin, es lo que hoy me determina. En la víspera fui dueño de mi tiempo; en la aurora, como Gregor Samsa, despierto siendo un bicho raro, encorsetado por un cuerpo quejoso.
Era el escolta, el guitarra solista. Al que buscaban cuando el partido no se define. El que se jugaba el último lanzamiento, el que encestaba para ganar. En la victoria era la bacanal de Roma, era yugoslavo; en la derrota soy el amante, que solo y apenado confía en una próxima cita. Era el partido, ahora sólo entrenamiento.
Desubicado y necesitado de conversaciones sugerentes, el tiempo me hizo un experto, un experto en ver pasar el tiempo.
En mis sueños aún ejerzo de escolta, en mi realidad descanso en el banquillo.

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