miércoles, 11 de mayo de 2011

No más Myolastan


No más Doxilamina. Ni más Neurontin.
Es desconcertante, a la vez que frustrante, que, a estas alturas del juego, le comuniquen a uno que no sabe caminar. Que es conveniente mirar a la vida de tú a tú, recto y erguido, orgulloso de uno mismo, desde la planta del pie hasta el parietal.
Cae la noche y el dolor, como todas las noches en los últimos cuatro años, acude puntualmente a la cita, y mis lumbares ya me están reclamando su dosis de quietud y de calor.
Cuando la odisea de correr cinco kilómetros ya hace tiempo que se convirtió en utopía. Cuando atarse los cordones resulta un suplicio, entonces ya no queda más remedio que recurrir a la química para notar un poco de alivio.
Posturas antinaturales en forma de estiramientos, me dicen, que son el antídoto perfecto para mantener calladas a mis protrusiones discales, que se empeñan en hacerse notar y recordarme que tengo que cuidarme.

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